Por: politólogo Yeudy Maldonado Báez.
Los ataques terroristas perpetrados en octubre de 2023 por el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) en Israel marcaron un punto de inflexión. A raíz de estos hechos se profundizaron las tensiones y las diferencias existentes entre los múltiples actores clave cuyas acciones permiten entender los intereses ocultos que pretenden moldear un nuevo tablero de poder en el Medio Oriente.
Esta nueva etapa en la región se evidenció, en un inicio, con la caída de Bashar al Asad en la República Árabe Siria, donde jugadores de peso como Rusia e Irán, y en menor medida el Líbano, vieron menguada su influencia en la región tras la deposición de un aliado importante. En contraste, otros Estados como Israel, Estados Unidos e incluso Turquía, a pesar de su amistad con ciertas diferencias con la Federación Rusa y su retórica de confrontación con Israel, han resultado beneficiados con el ascenso de un nuevo liderazgo en Siria más alineado a sus intereses.
Israel se encuentra desarrollando una ofensiva en múltiples frentes en el Medio Oriente. Estas incluyen operaciones terrestres en la Franja de Gaza contra Hamás, en Cisjordania contra células armadas palestinas y en el sur del Líbano contra Hezbolá; ataques aéreos en Yemen contra las milicias hutíes y en Siria contra milicias aliadas iraníes en los Altos del Golán; así como operaciones encubiertas del Mosad en Irak y ataques a la industria militar en Irán. Estas acciones han allanado el camino para lo que se visualiza como una estrategia orientada a construir un muro de contención regional frente al bloque proiraní. Con el bombardeo de Estados Unidos a sus instalaciones nucleares, el gobierno israelí ha conseguido un respaldo internacional de sus acciones, cuyo objetivo a mediano y largo plazo, no es únicamente la destrucción del programa nuclear iraní, sino más bien propiciar un cambio de correlación de fuerzas en la región, con el objetivo de debilitar estructuralmente la Teocracia iraní.
La estrategia del gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu no se limita al frente militar inmediato, sino que busca cortar de raíz el Eje de la Resistencia en toda la región. Este bloque o alianza informal está conformado por Estados y actores no estatales respaldados por Irán, que comparten ciertas similitudes como la confesión religiosa del Régimen de los Ayatolás (chiita) y su oposición a la influencia de Israel, Estados Unidos y sus aliados en el Medio Oriente, como es el caso de Arabia Saudí. Reino que en los últimos años ha buscado normalizar sus relaciones con el Estado Hebreo y ve con buenos ojos el muro de contención que se busca imponer a la coalición proiraní, ya que representa una amenaza para sus intereses e influencia económica en la zona.
La guerra entre Rusia y Ucrania juega un papel importante en la evolución de los eventos, pues ha obligado a Moscú concentrar todos sus recursos militares, económicos y diplomáticos hacia sus propios problemas, generando un vacío de poder, y debilitando su capacidad de influencia en regiones estratégicas como el Cáucaso, Asia Central y el Medio Oriente. Esto ha sido aprovechado estratégicamente por Israel y sus aliados, para promover la reconfiguración de alianzas regionales y debilitar el eje proiraní, sin que esto haya tenido una respuesta efectiva por parte del Kremlin.
El desarrollo de este conflicto coloca en una situación compleja a jugadores geoestratégicos como Rusia y China, que observan cómo van menguando sus aliados en la región, lo que limita la concreción de sus objetivos, intereses y presencia estratégica en la zona. Esto debilita y retrasa los esfuerzos de Moscú y Pekín por consolidar un mundo multipolar, promovido por ambos centros de poder como alternativa a la hegemonía occidental liderada por los Estados Unidos de América, quien sale fortalecido de este conflicto. Pero, a pesar del contexto planteado, el Estado chino observa un escenario favorable para la concreción de ciertos objetivos, ya que un Irán debilitado es la oportunidad perfecta para afianzar una alianza más ambiciosa con Teherán, que evite perder del todo su influencia en la región y le permita obtener más recursos energéticos (petróleo), sobre todo baratos.
En América Latina y el Caribe, los efectos se manifiestan en el impacto significativo sobre los mercados de “commodities”, como el barril de petróleo o el gas, lo que afecta directamente a las economías de países importadores como República Dominicana. Además, la reconfiguración estratégica que se encuentra en pleno desarrollo en el contexto internacional, con un polo occidental liderado por Estados Unidos, cuya actual administración busca mantener la primacía en los asuntos globales, contrasta con el bloque oriental, que intenta romper dicha hegemonía e impulsar nuevos centros de poder a nivel mundial. Esta dinámica ha desatado una guerra diplomática de fuego cruzado, en la cual los Estados de la región se encuentran en un territorio disputado por las potencias y saber manejar las agendas nacionales en función de esos intereses será de vital importancia en el corto, mediano y largo plazo.
